¿Es la política un reflejo de nuestra sociedad?

Nos indigna ver a nuestros políticos como protagonistas de debates llenos de ataques personales, faltas de respeto, insultos y gestos de deprecio al adversario. Nos horrorizan los espectáculos que se viven en los parlamentos, convertidos en rings de combate dialéctico donde la escucha serena y el diálogo han dejado paso libre a homilías provocadoras, pero no en el plano ideológico. La política, a menudo, se percibe como un mundo paralelo a la realidad. Sin embargo, si nos detenemos a reflexionar, descubrimos que muchas de las actitudes y comportamientos que criticamos en los representantes políticos están presentes en nuestras interacciones diarias.  ¿Cuántas veces ofrecer una opinión diferente genera una discusión que termina en excesos verbales? ¿Cuántas veces pedimos ayuda a alguien de nuestro entorno y no solo no la obtenemos sino que se convierte en motivo de reproches y de distanciamiento?

Da la impresión de que convivimos en una sociedad donde la confrontación y la autoprotección desmedida se han convertido en la norma y que, poco a poco, nos estamos convirtiendo en una sociedad cada vez más inhumana. La tensión, la falta de empatía y la necesidad de imponer nuestra opinión tienden a estar demasiado presentes en las relaciones, tanto en el ámbito personal como en el profesional. A menudo, nos vemos atrapados en una constante lucha por defender nuestra opinión, nuestra posición y nuestro orgullo. Evitamos tener conversaciones incómodas y, si las tenemos, enseguida nos ponemos a la defensiva. Cuando alguien nos dice o hace algo con lo que no estamos de acuerdo tendemos a reaccionar con impulsividad y, a veces, hasta con agresividad. Nos cuesta asumir nuestros errores, pedir disculpas y ya no hablemos de reparar el daño causado. En definitiva, evitamos todo aquello que nos haga sentir vulnerables, inferiores, que hemos perdido.

Es fácil criticar la falta de formas y de humanidad en la política, pero la realidad, y aunque nos cueste reconocerlo, es que en muchas ocasiones y en muchos otros ámbitos actuamos de manera similar a como lo hacen los representantes políticos en los debates parlamentarios. Nos encontramos inmersos en un mundo de reacciones rápidas e impulsivas, donde nuestras propias heridas emocionales no resueltas se proyectan en las relaciones de cualquier tipo. La empatía y la comprensión no están de moda, han sido reemplazadas por una comunicación fragmentada, reactiva y sobreprotectora hacia uno mismo. Desde el silencio más incómodo y dañino –que también comunica- hasta las palabras más hirientes y, en los casos más extremos, incluso los golpes físicos… parece que todo vale para defendernos, simula que todo es válido para que parezca que tenemos el control y hemos triunfado. Todo vale menos dialogar y entablar relaciones sinceras y equilibradas. ¿Importa realmente el daño que hacemos a los demás con esa forma de actuar? ¿Importa realmente el daño que los políticos provocan a la sociedad con discursos protagonizados por reproches mutuos pero carentes de propuestas con verdadero impacto positivo en la ciudadanía? ¿Somos cada vez más inhumanos?

Si como individuos llegamos a ser capaces de dar la espalda a personas de nuestro entorno cuando tienen un mal momento, ¿cómo no lo va a hacer la clase política que ni tan siquiera conoce los rostros de quienes sufren? Y entiendo que desde la política no se puede resolver absolutamente todo, pero todos tenemos en mente decenas de ejemplos en los que la política podría mejorar las condiciones de vida de muchas personas y no lo hace.

Los representantes políticos en sus discursos y debates, al igual que muchos de nosotros en el día a día, buscan protegerse, mantener el control y, en su caso, el poder. Defienden sus posiciones con vehemencia, descalificando las propuestas de los adversarios en lugar de analizarlas con objetividad. No buscan construir, sino imponer porque piensan, y así lo intentan transmitir, que son los mejores y solo ellos lo gestionan todo correctamente. Y cuando se equivocan, rara vez lo reconocen y se disculpan, y mucho menos buscan reparar el error porque, probablemente, entiendan que hacerlo se percibiría como una muestra de debilidad por los votantes; aunque la realidad podría ser bien distinta.

Pero, insisto, ¿cuántas veces vemos esto en nuestro día a día? No es exclusivo del ámbito político. En nuestras propias vidas, evitamos enfrentar nuestras debilidades y preferimos mantener una imagen de control y éxito. La conexión genuina con los demás ha sido sustituida por interacciones superficiales. Las emociones quedan relegadas y las diferencias se convierten en conflictos en lugar de oportunidades. Si alguien nos dice algo que nos incomoda enseguida reaccionamos, si alguien nos ataca, tendemos a devolver el ataque en un tono mayor o a callarnos –generalmente por miedo a las repercusiones- pero mostrando algún tipo de desprecio. Y con ese otro que nos dice algo que no concuerda con lo que pensamos o sentimos ya no queremos ni hablar ni verlo durante una buena temporada. Entonces, ¿por qué nos escandalizamos cuando vemos a los políticos insultarse, gritarse, despreciarse en lo personal e ideológico…?

Tanto en política como en la vida, y siguiendo un reels de moda de la red social Instagram, urge que aprendamos a escuchar sin juzgar, a dialogar sin imponer, a reconocer nuestros errores y a trabajar en soluciones en lugar de buscar culpables.

Podemos seguir alimentando una sociedad basada en la confrontación y la autoprotección desmedida o podemos optar por construir una basada en el respeto, la empatía real y la cooperación. La pregunta es: ¿qué tipo de sociedad queremos ser? Resulta agotador ver como la clase política está siempre a la defensiva entre sí y con muchos ciudadanos que solo reclaman mejores condiciones de vida; al igual que lo es tener que estar defendiéndonos de los demás porque hacen o dicen algo que nos disgusta o simplemente por no ser capaces de asumir que no siempre podemos ganar o tener la razón.

Simula que la política no es algo separado o ajeno a la sociedad, sino que es una manifestación de nuestros valores, de nuestras decisiones y dinámicas individuales y colectivas y que los representantes políticos son un espejo más en el que podemos y debemos mirarnos para reflexionar y comenzar a cambiar.

Política y fanatismo: partidos políticos convertidos en casi sectas

Espacios de debate donde conviven diferentes posturas en el marco de una misma ideología con el propósito de ofrecer posibles soluciones a los desafíos de la sociedad. Eso es lo que, en esencia y a grandes rasgos, se espera que sean los partidos políticos. Sin embargo, las organizaciones políticas operan con una lógica que recuerda a la de las sectas: la lealtad ciega, la polarización extrema y la demonización del adversario han reemplazado al intercambio de ideas y a las discrepancias saludables. Los estudios sobre sectas identifican una serie de etapas en el proceso de conversión que pueden asimilarse a las dinámicas internas de las formaciones políticas.

Existe una primera fase de atracción y seducción; el partido se presenta como un instrumento de transformación social capaz de generar grandes cambios y oportunidades para todos. Se enfatizan sus aspectos positivos y se generan momentos de entusiasmo y emoción en grandes eventos que estimulan y fortalecen el vínculo afectivo con la organización.

Al igual que en las sectas, los partidos simplifican la realidad con narrativas maniqueas. Dividen a la sociedad en “nosotros”, portadores de la verdad y la justicia, y “ellos”, los corruptos, los equivocados, los enemigos del progreso. “Nosotros” somos los buenos, los que podemos salvar el mundo; “ellos”, los malos, los que quieren destruirlo todo. Pero no hace falta viajar mucho el tiempo para encontrar, dentro de todas las organizaciones políticas, ejemplos de corrupción, traiciones y deslealtades. Todos conocemos sentencias y escándalos varios, traiciones entre compañeros e incluso deslealtades a los principios defendidos públicamente bajo una siglas, que evidencian que ningún partido político tiene las manos libres de gérmenes; más bien, parecen un foco de contagio.

Con el vínculo emocional ya establecido, se inicia la fase de captación, el individuo toma la decisión de afiliarse al partido. Actualmente, dado el panorama político, esta determinación suele estar más influenciada por el fervor del momento y el ego que por un análisis racional. Aun así, siguen quedando personas que se afilian porque tienen unos ideales que están dispuestos a defender; lo triste es que algunos cuentan que, al ingresar en la organización, a pesar de su deseo de aportar ideas y trabajar por la defensa de unos objetivos aparentemente comunes, son recibidos con indiferencia o desdén por militantes que llevan tiempo en la formación; se encuentran con un espacio hermético en el que, como en una secta, el nuevo integrante debe “pasar de fase”, ganarse la confianza para ser tomado en serio.

Las organizaciones políticas difunden testimonios gráficos de reuniones con afiliados y simpatizantes y con representantes de los diferentes sectores -pero solo con los más afines o con aquellos a los que creen poder convencer-, con el fin de mostrar fuerza, poder, capacidad de atracción, liderazgo, cohesión interna, alineamiento con las necesidades de la sociedad, capacidad de trabajo para cambiar nuestras vidas a mejor… Si bien, estos actos para lo que sirven es para trasladar lo que la dirección del partido desea, al igual que lo hacen con los tan conocidos argumentarios sobre cada tema tratando de evitar los versos libres y favorecer que todos, cúpula y bases, repitan lo mismo. Estas estrategias pretenden reforzar la cohesión interna, pero también impedir el diálogo y el debate que debieran ser esenciales en partidos que se definen como democráticos.

Los dirigentes políticos, como líderes de la secta, tienen un papel clave; son elevados a la categoría de figuras infalibles, aunque muchas veces quienes les aplauden solo buscan una recompensa en forma de cargos o favores políticos. No todos están de acuerdo con el líder, pero mejor hacer todo lo posible para que su palabra se convierta en dogma y estar bien posicionados ante un posible reparto de cargos en agradecimiento a esa lealtad. En este ambiente, cuestionar al líder o a su cúpula o exigir rendición de cuentas puede significar la marginación o la expulsión del partido. Desafiar la estructura partidaria no es fácil ni recomendable. Iniciar la fase de desconversión, es decir, mostrar discrepancias con la dirección de la formación o querer abandonarla puede significar el ostracismo político, la pérdida de cargos o, en casos extremos, el acoso y la difamación. El miedo al castigo y el ansia de poder refuerzan la permanencia dentro del grupo, incluso cuando las contradicciones se hacen evidentes.

Lo preocupante es que no se puede rescatar a los partidos políticos de esta deriva sectaria; hacerlo requiere fomentar el pensamiento crítico y la diversidad de opiniones dentro de las organizaciones y ninguna estará realmente dispuesta a hacerlo.

La democracia se fortalece cuando aceptamos que el otro también puede tener parte de razón. Menos lealtad ciega y más compromiso con los desafíos a los que a diario se enfrenta la ciudadanía y a los que a medio y largo plazo tendrá que enfrentarse la sociedad. La política no es un dogma, sino un espacio de construcción colectiva donde el debate y la discrepancia son oportunidades de progreso. Y si esto no ocurre dentro de los partidos políticos y desde ellos hacia el resto de formaciones políticas, no esperamos que lo hagan sus líderes cuando lleguen al poder.

Artículo publicado en Diario16+ 

Nos quieren enfermos

Todos estamos de acuerdo en que la salud es uno de los pilares fundamentales de la vida de cada uno de nosotros y de cualquier sociedad; es el eje sobre el que gira todo, aunque la ignoremos hasta que se resiente y nos hace sentir plenamente vulnerables. Sin embargo, cuando observamos las decisiones que se toman en el ámbito político y de gestión sanitaria es inevitable preguntarse: ¿realmente interesa la salud de los ciudadanos?

Los datos y la experiencia muestran que hay medidas simples y eficaces, medidas coste-efectivas, que mejoran la salud. Promover la actividad física, mejorar la calidad de los alimentos, enseñar a leer etiquetas para identificar productos nocivos y llevar una dieta saludable, lavarse correctamente la manos, gestionar el estrés, fomentar determinados hábitos de autocuidado desde la infancia y adaptarlos a cada etapa vital, garantizar un acceso equitativo a la atención primaria o invertir en prevención, podrían reducir la incidencia de enfermedades, mejorar la calidad de vida y aliviar la carga sobre los sistemas sanitarios con el consiguiente ahorro económico tan necesario para seguir teniendo un sistema sanitario público. No obstante, estas medidas, aunque conocidas, no se priorizan y resulta difícil de entender cuando el porcentaje de casos de la mayoría de enfermedades aumenta.

Desde hace tiempo, las noticias sobre el incremento de diagnósticos de cáncer son constantes y los profesionales sanitarios insisten en que un número importante de ellos está ligado a factores de riesgo prevenibles. Esto no sucede solo con el cáncer, sino también con las enfermedades cardiovasculares e incluso con las enfermedades mentales. Entonces, simplemente por lógica, si sabemos esto, ¿por qué no se pone mayor énfasis en la prevención?

Una de las claves para cambiar esta situación está en la educación sanitaria. No podemos hacer prevención sin educación sanitaria. Un ciudadano informado es un ciudadano con mayor y mejor capacidad para tomar decisiones responsables sobre su salud. La educación en salud no solo previene enfermedades sino que reduce la saturación del sistema sanitario y el gasto público en tratamientos evitables. Y todavía podemos ir un poco más allá en el planteamiento; cada vez se insiste más en los beneficios de la toma de decisiones compartidas entre profesionales sanitarios y pacientes, pero surge la duda sobre cómo puede ser realmente positivo si adolecemos de una pieza clave, la educación sanitaria.

Las políticas de salud pública requieren compromiso e inversiones sostenidas en el tiempo y no ofrecen resultados inmediatos, lo que choca con la lógica cortoplacista de muchos gobiernos y, además, necesitan de la responsabilidad de cada ciudadano. Se priorizan soluciones reactivas antes que preventivas, y la sanidad sigue dependiendo en exceso de la atención a la enfermedad en lugar de la promoción de la salud. No estoy proponiendo que deje de atenderse la enfermedad, sino invertir para evitar llegar a ella.

El reto es grande, no imposible, pero es en este punto del puzle donde hay una pieza que no quiere encajar: la industria farmacéutica, que se beneficia de expandir su mercado determinando la investigación y desarrollo, la regulación, la prescripción y el consumo de medicamentos, influyendo en legisladores, reguladores y profesionales sanitarios. El lobby farmacéutico continúa siendo uno de los más poderosos. Todos somos conscientes de esta situación, conocedores del poder de las empresas farmacéuticas para mejorar la vida de muchas personas a través del consumo de fármacos pero también de su poder para producir fármacos que generan efectos secundarios cuyo control requiere de la toma de otros medicamentos entrando en una rueda del hámster interminable que cuando no estás enfermo es capaz de hacerte creer que para superar situaciones complicadas de la vida cotidiana necesitas un fármaco o un suplemento para rendir más. Nos quiere enfermos, nos necesita enfermos.

Queremos una sociedad competitiva, productiva, pero no abordamos sus cimientos. Ilógico y caótico. Debemos exigir que se prioricen políticas sanitarias dirigidas a los ciudadanos y no tanto a la satisfacción de intereses políticos y/o corporativos. La salud no puede depender de la inercia de un sistema que se resiste a cambiar, que sigue más centrado en el tratamiento que en la prevención por razones obvias.

Y tal vez la pregunta con la que iniciaba este artículo no sea la oportuna. Quizás lo más indicado no sea cuestionar si interesa la salud de los ciudadanos o no, sino si estamos dispuestos a exigir que quienes nos gobiernan actúen como es de esperar.

 

Artículo publicado en Diario16+

 

Community Manager. Agencia de Comunicación Sanitaria en Ourense

Bulos sobre coronavirus

Los bulos sobre el nuevo coronavirus concentran gran parte de la conversación en redes sociales, según el Informe ‘Bulos sobre coronavirus’, editado por el Instituto #SaludsinBulos, que contaba con la colaboración de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene (SEMPSPH). #SaludsinBulos monitorizó durante tres semanas (del 23 de enero al 26 de febrero) los mensajes en la red social Twitter para conocer qué temas suscitan el interés de los españoles en relación a esta epidemia. «El coronavirus se ha convertido en el tema de muchos bulos, se cuestiona su origen, cómo se transmite o si se creó en un laboratorio», indica Carlos Mateos, coordinador de #SaludsinBulos.

La escucha en redes sociales, que se realizó con la herramienta de monitorización Atribus, indica que los bulos sobre el coronavirus que más interés despiertan en Twitter España son la relación entre el virus y los paquetes procedentes de China, las declaraciones del doctor Pedro Cavadas lanzando sospechas sobre la verdad del coronavirus y los supuestos remedios para combatir esta infección. En total, 1.793 usuarios conversaron sobre estos bulos, con 2.074.418 de impresiones o posibles impactos en usuarios. En el caso de Aliexpress los usuarios fueron 647 y llegaron a 1.259.220 impresiones.

«Los bulos con más engagement o difusión están basados en memes, imágenes y vídeos con un tono de humor. Es la forma de desinformación más eficaz porque llama la atención y emociona y, al mismo tiempo, se comparte más porque parece inofensivo. Sin embargo, crea un estado de opinión y resta credibilidad a las informaciones veraces. Lo hemos visto en el ámbito político y está sucediendo también en humor», destaca.

Uno de los bulos que más se repite es que el virus fue creado en un laboratorio, algo que desmiente la doctora Inmaculada Salcedo, especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública y vicepresidenta de la SEMPSPH: «Aún no está claro su origen, pero los estudios filogenéticos revisados hasta la fecha apuntan a que muy probablemente el virus provenga de murciélagos y que de allí pasase al ser humano a través de mutaciones o recombinaciones sufridas en un hospedador intermediario, probablemente algún animal vivo del mercado de Wuhan (donde aparte de marisco se vendían otros animales vivos). El animal que por ahora se cree que es el hospedador intermedio es el pangolín. Se observaron varios linajes de este virus ya que al ser hospedador de los murciélagos y estos convivir de forma muy estrecha entre ellos, existe una gran capacidad de evolución y creación de nuevas cepas».

Otra causa de desinformación en el coronavirus son las alertas injustificadas, según recoge el informe, como la que está basada en las mutaciones del virus, cuando es algo normal, según el doctor Fernando Fariñas Guerrero, del Instituto de Inmunología Clínica y Enfermedades Infecciosas. «Esto es casi universal en todos los virus ARN que producen infecciones agudas (coronavirus, gripe,…) o crónicas (HIV, HCV,…). Las mutaciones pueden ser positivas (dan beneficio al virus), negativas, pudiendo el virus desarrollar lo que se llama selección purificante (se «autoaniquila»), o neutras, donde el virus ni gana ni pierde nada a nivel de su comportamiento biológico», explica. Por ahora «las mutaciones detectadas en el coronavirus Wuhan no parecen haber cambiado su comportamiento en cuanto a la tasa de letalidad», añade.

Recomendaciones para detectar los bulos sobre coronavirus

• Busca la fuente. Al recibir una información relacionada con el coronavirus, fíjate de dónde procede. Desconfía de informaciones que no procedan de fuentes oficiales o institucionales, o que no cuenten con la colaboración y el respaldo de profesionales sanitarios identificables y con experiencia.

• No reenvíes de forma automática. Es habitual reenviar a familiares y amigos informaciones de salud que nos llegan a nuestras redes sociales y más aún si abordan asuntos de interés general como el coronavirus. No lo hagas. Piensa y contrasta antes de decidir reenviar una noticia sobre el coronavirus, muchas de ellas son bulos.

• Sé crítico. Debes saber que una de cada tres noticias de salud que son difundidas en Internet resultan ser falsas. Sé crítico ante titulares muy llamativos o noticias alarmantes sobre la epidemia. Esta actitud te ayudará a reconocer los bulos y no compartirlos.

• Las pseudoterapias nunca son la solución. En paralelo a la epidemia de coronavirus que estamos padeciendo globalmente, han aparecido numerosos «tratamientos milagro» que aseguran curar la enfermedad o prevenirla. Todas estas pseudoterapias son falsas, peligrosas para la salud y buscan un beneficio económico. Si recibes una información de este tipo, no la compartas y denúnciala.

• Recurre a páginas web fiables. Para informarte sobre el coronavirus, no acudas al doctor Google ni a fuentes desconocidas. Busca en páginas web y cuentas en redes sociales de organismos oficiales como el Ministerio de Sanidad, sociedades científicas con información al ciudadano y entidades reconocibles y acreditadas, así como profesionales sanitarios. Estas webs y profesionales informan citando las fuentes científicas en que se basan, apoyándose siempre en datos verificables.

• Contrasta las fotos y vídeos. Algunos bulos que están llegando estos días sobre el coronavirus vienen acompañados de imágenes de presuntos escenarios de la epidemia o de personas que supuestamente fallecen de repente. Suelen ser imágenes falsas, de otros lugares y fechas. Existen buscadores inversos de imágenes para comprobar el origen.

• Cuidado con datos falsos. A menudo aparecen citados datos para convencer de la veracidad de un bulo, pero son falsos. No te dejes impresionar con las cifras y contrata que sean ciertas.

• No te dejes llevar por el pánico.Es natural sentir preocupación ante la propagación del coronavirus y tener la necesidad de conseguir información. Son emociones humanas comprensibles, pero ten en cuenta que los bulos de salud se alimentan de tu miedo. No sucumbas al miedo irracional que pretenden los difusores de estas peligrosas noticias falsas. Ante el pánico, información veraz y de calidad.

• Consulta fuentes oficiales. El Ministerio de Sanidad cuenta con información actualizada sobre el coronavirus en su página web y la web de la Organización Mundial de la Salud abrió una sección con los bulos más habituales del coronavirus.

• Denuncia. En la web de #SaludsinBulos hay un apartado desde el que cualquier ciudadano puede contactar con el equipo y denunciar un posible bulo sobre el coronavirus. Además, tanto la Guardia Civil como la Policía Nacional cuentan con unidades específicamente dedicadas a investigar delitos telemáticos y es posible contactar también con ellos para denunciar bulos.

Informe Bulos sobre Coronavirus 2020

Apps de Salud

Desafíos de las apps de salud

Salud móvil: imprescindible en la sostenibilidad de los sistemas sanitarios

Fomentan el empoderamiento del paciente, incentivan la adopción de hábitos saludables, facilitan la búsqueda de información, el almacenamiento de datos y la realización de gestiones, monitorizan parámetros físicos, ayudan en la detección precoz de enfermedades, permiten el seguimiento de enfermedades crónicas… son algunos de los puntos en los que descansa el éxito de las más de 100.000 aplicaciones móviles de salud que existen en el mercado.

Las aplicaciones móviles de salud están llamadas a convertirse en una herramienta estratégica en la calidad de la asistencia sanitaria y la sostenibilidad de los sistemas sanitarios. Según el Informe 50 Mejores Apps de Salud en Español elaborado por The App Date, en 2017, si la Unión Europea se sumergiera de lleno en la salud móvil se podrían llegar a ahorrar 99.000 millones de euros en costes sanitarios, lo que añadiría 93.000 millones de PIB. El uso de la mhealth podría reducir el coste sanitario per cápita un 18 por ciento y en un 35 por ciento en el caso de pacientes con enfermedades crónicas, según datos de la Sociedad de la Información en España de la Fundación Telefónica. Además, se estima que casi 10 millones de europeos podrían tener acceso a un diagnóstico precoz con el uso de las tecnologías móviles.

Nadie duda de que los dispositivos móviles constituyen una oportunidad para los proveedores de atención sanitaria y para la población en general. Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información han extinguido la figura del profesional sanitario paternalista. Gracias primero a Internet y ahora a la proliferación de smarthphones y tablets se ha democratizado el acceso a la información de salud generando una mayor implicación de los individuos en su autocuidado, tanto desde la perspectiva de la medicina preventiva como de la medicina curativa. El 30 por ciento de las aplicaciones móviles de salud están dirigidas a los profesionales y pacientes y el 70 por ciento restante a la población en general. Si bien, se trata de un servicio cada vez más demandado por los pacientes, sobre todo por aquellos que presentan enfermedades crónicas. Según un estudio realizado en Estados Unidos en el que han participado más de 2000 pacientes, el 90 por ciento de los participantes preferiría que su médico le prescribiera una aplicación móvil.

Desafíos de la salud móvil

Que las aplicaciones móviles de salud sigan siendo toda una revolución sanitaria pasa por que superen dos de sus mayores retos: la privacidad y seguridad de los datos de los usuarios y la calidad de sus contenidos, ya que en la creación y actualización de muchas de ellas solo participan desarrolladores tecnológicos; cualquier persona puede desarrollar una de estas aplicaciones y publicarla en una app store. Para que se puedan convertir en una herramienta eficaz y eficiente para los profesionales, pacientes y para la población en general es necesario dotarlas de una serie de garantías mínimas para lo cual las autoridades competentes deben legislar al respecto. Es necesario establecer un marco regulador claro.

En Europa el primer país en regular este tipo de aplicaciones ha sido Gran Bretaña, aunque no con demasiada profundidad. La guía del Colegio de Médicos de Gran Bretaña y la Agencia Reguladora del Medicamento indican que los médicos solo podrán prescribir Apps que dispongan de la marca oficial CE.

En España, Andalucía fue la primera autonomía en poner en marcha un sistema de certificación para evaluar la calidad y seguridad de las aplicaciones móviles de salud a través de la Agencia de Calidad Sanitaria de Andalucía.  Como resultado, en 2012, publicó la Guía de Recomendaciones para el Diseño y la Evaluación de Aplicaciones Móviles de Salud; y un año más tarde, en 2013, puso en marcha el proyecto Distintivo AppSaluable. Este fue el primer distintivo en español para reconocer la calidad y seguridad de las apps de salud.

Apps de salud: ¿productos sanitarios?

Si estas aplicaciones almacenan datos que posteriormente son analizados por profesionales sanitarios para ofrecer un beneficio al paciente y la finalidad de la aplicación coincide con los fines incluidos en la definición de producto sanitario, establecida en la Directiva 93/42/CEE del Consejo de 14 de junio de 1993,  y que corresponden al diagnóstico, prevención, control, tratamiento o alivio de una enfermedad; diagnóstico, control, tratamiento, alivio o compensación de una lesión o de una deficiencia; investigación, sustitución o modificación de la anatomía o de un proceso fisiológico; regulación de la concepción, deberían ser consideradas productos sanitarios, por lo que todavía enfatiza más la necesidad de un marco legal. ¿Para cuando una regulación sobre las apps de salud?